Saturday, January 28, 2006

Story to tell...


Los designios de Dios son totalmente incomprensibles y completamente confusos, nos mueven de un lugar a otro, y, como piezas de ajedrez, nos ubican en distintos lugares, con diferentes personas en tiempos fragmentados en recuerdos. El universo se ha convertido sólo en eso; fragmentos.

Hace algunos siglos, el mundo estaba lleno de criaturas extrañas: gárgolas formadas de lodo, enanos de cristal, gigantes de papel, hadas de caramelo y ángeles guardianes del cielo. De estos últimos se dividían dos clases, los ángeles de alas blancas y los de alas negras; que aunque ambos eran guardianes de la armonía y la paz, sólo los primeros eran capaces de habitar los corazones de la humanidad.
Todas las criaturas del reino convivían en armonía y sólo había una princesa que era capaz de mantener el orden: la princesa Ara. Ella no era como todos los demás; tenía unos ojos muy expresivos que reflejaban el temple de una persona fuerte y audaz, y, por otro lado, descubrían la alegría de una niña juguetona y sensible. Su boca era redonda, desde pequeña había sido bendecida con el don de la palabra, y, por ese motivo, todos la adoraban. Se desvivían por complacerla y hacerla feliz.
El reino estaba lleno de magia y las criaturas emergían de la nada entre paisajes surrealistas y edificios conformados por meras figuras geométricas. Los relojes eran cuadrados y poseían manecillas, mientras que las ventanas eran redondas y triangulares. El tiempo no transcurría hacia la derecha sino de abajo hacia arriba y regresaba a su lugar de origen. El castillo donde vivía la princesa Ara estaba completamente inclinado y parecía que devoraría a cualquier criatura que transitara por las calles de celofán. Todo era casi perfecto; sin embargo, había algo que mantenía al reino triste y desolado, no existía la noche; sólo existía la oscuridad. Los relojes avanzaban oscilatoriamente y la solemnidad atacaba a las criaturas en todo momento; todos se habían resignado.
Cierto día un ángel de alas negras resguardaba las puertas del castillo y, entre tanta oscuridad, observó con el rabillo del ojo una luz que pasó fugazmente al lado de él. Era una pequeña estrella que había caído del cielo. El ángel se sintió obligado a informar a su princesa y a explicarle que justo antes de caer, aquella figura había emitido una luz. Se dirigió hacia la habitación de Ara y, con cada paso que daba, el corazón aumentaba la velocidad de sus palpitaciones. Una fuerte emoción le invadió todo el cuerpo y le paralizó por un momento; se encontraba frente a una gran puerta de zafiro y haciendo un gran esfuerzo tocó.
La princesa que se encontraba bañándose de palabras y sonidos armoniosos, se inquietó por un instante. “Adelante”, el ángel escuchó desde el otro lado de la puerta y después de contener su respiración, se aventuró dentro de aquellas enormes paredes. Al verla, quedó completamente enamorado de ella y, desde ese momento, algo dentro de él le reveló que ella sería la mujer de sus sueños. Él estaba en problemas, pues sabía perfectamente que los ángeles de alas negras no podían habitar en el corazón de nadie; y pese a todo, él estaba cegado por la belleza de esa criatura tan bella que tenía frente a él.
- ¿Qué tienes ahí?- preguntó ella con una voz suave y los ojos llenos de curiosidad.
- N…No estoy muy seguro – tembló la voz del ángel al responder.
En ese instante, una idea invadió la mente del ángel, haría una gran obra para ser convertido a ángel de alas blancas y sabía perfectamente qué tenía que hacer.
La princesa, quien tenía el poder de observar el aura de todas las criaturas del reino, en ese momento observó la blancura del alma del ángel y la nobleza que escondía detrás de su ser. Esto la conmovió.
- ¿Serías capaz de arriesgar tu vida para traer luz y esperanza a este reino?- pronunció cuidadosamente la princesa mientras leía la mente del ángel.- ¿Podrías traer contigo la luna y las estrellas?
- El amor será mi fuerza y la Fé será mi guía- dijo el ángel.
Y abandonó el castillo para volar al cielo.
En su camino, se topó primero con las gárgolas de lodo quienes le lanzaban lodo para impedirle el paso, mientras que las hadas de dulce se colgaban de sus alas, haciéndole aun más pesado el vuelo. Eran días completos y el cansancio cada vez era más denso, la vista se le nublaba y los gigantes de papel le perseguían con la única finalidad de derribarlo. Así pasaron meses enteros en los que el ángel cada día iba perdiendo más fuerza; hasta que una alcanzó a observar una luz resplandeciente a lo lejos. La esperanza de encontrar la luna y algunas estrellas se encendió en ese momento y le devolvió las pocas fuerzas que le quedaban. Se acercó poco a poco hasta que tuvo enfrente a una gran esfera de cristal con un líquido blancuzco y fluorescente. Era la luna. Rodeada de pequeñas figuras juguetonas que estaban formadas por plata y diamantes irradiaba pureza y tranquilidad. Aquello era un espectáculo hermoso.
El ángel hizo un primer intento por apoderarse de la esfera y las figuras, y sintió cómo una gran fuerza lo arrojaba hacia atrás. En su segundo intento, la fuerza fue más ruda y ésta vez le lastimó las alas desgarrándolas. El ángel se encontraba ya muy débil por todo el viaje y la fuerza era demasiado para él.
- La fuerza se encuentra en tu corazón- una voz lejana le retumbó en la cabeza.
Completamente confundido creyó haber escuchado la princesa pero eso era casi imposible.
-Busca en ti- repitió el eco, mientras el ángel sentía una opresión en el pecho, era miedo.
Estaba escuchando la voz del ser que más amaba en el mundo y el saber que ella estaba con él le provocó caer en llanto. Estaba indefenso, frágil y frustrado porque no sabía que hacer. En ese momento una llama se encendió en su corazón y él sintió cómo el calor le iba recorriendo todo el cuerpo, supo entonces que la princesa lo estaba ayudando. Su corazón se llenó de Fé y de amor, y, después de algunos instantes, estaba listo para enfrentarse a la fuerza invisible.
La batalla que se libró entre la fuerza y el ángel duró años, y estuvo llena de nebulosas que arrojaba la fuerza para lastimar a su oponente. Explosiones, dolor, heridas y sufrimiento fueron las armas de la fuerza y el ángel, cada día, padecía las consecuencias. Las nebulosas seguían atacándolo y, aunque las heridas eran mortales, el ángel buscó dentro de su corazón hasta que su amor fue tan grande que logró derrotar a la fuerza. Lastimado y ya sin aliento, tomó la luna y algunas estrellas y las guardó en la palma de sus manos. Inició su viaje de regreso.
Mientras volaba de regreso, los gigantes le miraban asombrados, las hadas le guardaban respeto y las gárgolas le ayudaron a mantenerse vivo mientras llegaba. Al llegar con la princesa cayó al suelo completamente flácido y abrió sus manos mostrando el tesoro que había conseguido. Miró a los ojos de la princesa y dijo:
-Perdóname por no haber resistido- emitió un suspiro…- te amo.
Justo al pronunciar estas últimas palabras su corazón dejó de latir. Entonces, la princesa Ara derramó unas lágrimas que bañaron la esfera de cristal que el ángel resguardaba en sus manos y el brillo de la esfera aumentó. El color blancuzco comenzó a teñirse poco a poco de un color oscuro, mientras que las alas del ángel comenzaron a quedarse sin color, como si la luna estuviese absorbiéndolo todo. La pureza de la luna y la sinceridad de las lágrimas, formaron la combinación que generó que el último deseo del ángel se cumpliera. Él quería amar a Ara y hacerla feliz por siempre.
Después de algunos segundos, la luna poseía ya un color morado, y el rostro del ángel comenzó a tornarse rosado. La vida estaba volviendo y, al observar esto, la princesa quedó completamente asombrada. Él abrió sus ojos y contempló por un instante a una bella mujer con el rostro de niña. Suspiró.
-Creí que no volvería a verte- le dijo a ella en secreto.
-Me conmovió todo lo que vi en ti el día que te conocí en la entrada de mi cuarto,- las mejillas de ella se sonrojaron- me enamoré de tu alma.
En ese momento la luna emitió un brillo que envolvió todo el reino, mientras las mismas gárgolas que le habían ayudado a llegar al castillo, se encargaban de elevar la luna que se había tornado completamente morada y la colocaron en el cielo; las pequeñas figurillas de plata y de diamantes las siguieron.
Desde ese día el ángel, ahora blanco, sólo vivió para proteger y defender a la princesa y la amó por siempre y para siempre. Desde luego, ambos viven hoy felices y juntos; sin embargo, cada día enfrentan obstáculos que sólo unidos y apoyándose pueden superar; cada día libran la batalla de la realidad.

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