Una silueta a lo lejos, una sombra casi desvanecida que se oculta entre el humo negro que desprendieron las cenizas. Una forma que pudiera haberme llenado del elixir de la vida y ahora corre frenéticamente sin detenerse, huyendo de mí, huyendo de todo. De la nada dos bolas hierro al rojo vivo se detuvieron ante mí; eran sus ojos, tan encendidos con el odio efervescente de su interior. Me odiaba, me odiaba como jamás alguien había podido albergar el coraje de una vida infinita. Me odiaba y esa misma forma a la que yo le confié mi vida, se desvaneció en el silencio.
Un temor insípido me dejó helado, envuelto en un hedor de muerte y putrefacción que me llegó hasta el cerebro. Todo ese mórbido ambiente de crueldad e ironía me envolvía hasta arrebatarme los sentidos y dejarme al borde la inconsciencia. Me desmayé.
El canto de un gorrión disturbó mi perturbado sueño, era increíble que todo hubiera sido sólo producto de una pesadilla. La agitación fue disminuyendo poco a poco e intenté permanecer en la calma el mayor tiempo posible. Mi pulso desaceleró poco a poco y mis sentidos se fueron desvaneciendo nuevamente. Me encontraba otra vez en ese mundo lleno de tinieblas, en medio de una tormenta constante que cesó precipitadamente. “¿Qué es lo que ocurre?”, mi pensamiento no lograba vislumbrar más allá de lo que tenía ante mis ojos y resultaba absurdo el contemplar el panorama pues la oscuridad llenaba cada espacio. Con la mente adormecida y los sentidos desvanecidos era imposible que pudiera situarme en un espacio, en un tiempo e incluso en un lugar. ¿Acaso es esto la muerte? (Continuará...)
