Friday, January 13, 2006

Asesinato...

Era una tarde calurosa de Julio, en una casa de verano, a tan solo unos metros de la playa. Las olas comenzaban a danzar en un vaivén al mismo ritmo de la música que creaba el sonido de las olas. Las olas se dibujaban claras sobre la arena y se encontraban en distintos puntos con cada danzar que hacían. Estaba completamente absorta deleitándome con ese espectáculo de infinidad azul en donde el mar y el cielo se fundían en uno mismo. Aun y cuando el cielo se tornaba rojizo, con tonos naranjas y brillos dorados, había un punto en el que se fundía con el azul inmenso del mar. Ese mar lo era todo, tenía encuentros casuales con mis dedos y los invitaba a avanzar cada vez más hacia dentro. El sonido de las olas relajaba mi cuerpo completamente. El aroma a sal y a costa viajó por mi nariz y comenzó a invadir todos mis músculos que se quedaron flácidos por un momento y la fuerza comenzó a desvanecerse, primero de mis sentidos, luego de mis dedos, mis brazos, mis piernas… Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, desde la punta de mis dedos, hasta la primera vértebra de mi espalda y casi instantáneamente volví en sí.

Aun tenía la mirada fija en aquel punto distante donde se confundían el cielo y el mar. Suspiré muy lentamente y con el mismo ritmo apacible de la respiración, empecé a bajar la mirada, recorriendo primero las aguas de ese océano inmenso, después comenzaba a aclararse ese azul índigo de un principio en un color cada vez más transparente. De repente me percaté que los granos de arena comenzaban a vislumbrarse indicando la cercanía del final de la marea que iba y venía una y otra vez. Observé mis pies sumergidos completamente en un difuminado de arena que había dejado la última ola de agua helada que me había alcanzado y me había hecho viajar de regreso. Quise moverme pero aun tenía entumecidos los pies debido a lo helado de las aguas y decidí esperar unos segundos. Después de todo, no podía jugar con el tiempo pues no tardaría mucho en alcanzarme otra ola, amenazando con entumecer aun más los adoloridos pies. En cuanto la anestesia de la baja temperatura comenzó a disminuir intenté huir de una ola que se estaba acercando amenazante. Di sólo unos pasos con dificultad, pues de nuevo una oleada de frío volvió a llegarme, sólo que esta vez tenía algo diferente. El frío comenzó a quemarme de repente. Cuando volví la vista hacia el agua que danzaba sobre la arena caí en cuenta de lo que estaba pasando.

Rocío del Mar

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